Pese a ser vecinos, Portugal es para muchos españoles un país por descubrir y prácticamente desconocido. Tendemos a valorar más aquello que nos es diferente y poco lo que tenemos más cerca y es más similar culturalmente, con siglos de historia común. Sus atractivos son todos, también en lo gastronómico, por algo ha sido destacado este año como el mejor país para irse a vivir. Muchos españoles lo visitan cada verano, no sólo por sus extensas playas en Costa da Caparica (Lisboa) y Matosinhos (Oporto) o la magnífica relación calidad-precio de su cocina. Y es que existe un Portugal interior que también merece la pena más allá de sus dos ciudades principales o el tan concurrido Algarve: los pueblos del Alentejo con Évora a la cabeza, las Serras da Estrela (Covilha, Guarda y la villa judía de Belmonte) y Gardunha en la Beira Baixa, Fundâo o las tierras altas del Duero (Douro).
Del cocido alentejano a las bellotas
En la región de Alentejo, muy parecida a lo que es Extremadura tanto en su orografía como en algunas de sus costumbres, es habitual el cocido alentejano con derivados del cerdo, berzas, nabo, zanahorias y otros productos de temporada de la huerta, por ejemplo en la Herdade do Freixo do Meio, en la pedanía de Foros de Vale de Figueira. Una tierra agreste y dura donde el hispano-portugués Alfredo Cunhal ha recuperado este montado para convertirlo en un espacio multifuncional en el que destacan un ecocamping con varias casas para hospedarse en plena naturaleza y así vivirla como los propios hombres y mujeres que la trabajan cada día, rodeados de técnicas de agroecología y biodiversidad, con restaurante y tienda incluidas, donde poder comprar toda clase de productos a partir de la bellota, desde harinas a infusiones, pastelería o patés naturales.
Cerezas, quesos y “vinhos” das quintas
En Fundâo, las cerezas florecen (hermosas en el Valle de Alcongosta) para ser consumidas y tratadas en multitud de productos más allá de sus riquísimas mermeladas que también encontramos a partir de manzanas (mâças), castañas o calabaza (abóbora), pues tanto en la Serra de Gardunha como en toda la Beira Baixa y Cova da Beira son abundantes e inundan el paisaje. Muy cerca y para una escapada, Castelo Novo es el destino perfecto, un pueblo de piedra donde el tiempo parece haberse detenido, con inigualables vistas desde su Torre de Menagem. Otra visita que no puede faltar es a la Quinta do Barrigoso, donde se elaboran algunos de los mejores quesos (espectaculares los de cabra) de Portugal, siempre de forma tradicional y con todo el amor por el producto y dedicación que va pasando de padres a hijos.
Hacia las tierras alta del Duero, camino de Peso de Régua en Viseu, el Museo del Côa merece un capítulo aparte, con un estupendo restaurante en lo alto del valle, vigilando el río a su paso. Inaugurado hace 8 años, el museo muestra las réplicas de arte rupestre de la zona, de las más antiguas de Europa, pudiendo reservar un guía en español y previamente. Llegados a la Quinta da Pacheca, muy cerca de Oporto, lo primero que llama la atención son las habitaciones del Wine House Hotel en forma de barrica gigante, una maravilla y todo un lujo para los amantes del vino que tienen además infinidad de ellos para elegir en sus 51 hectáreas dedicadas en cuerpo y alma a blancos y tintos tan intensos como aromáticos desde hace más de un siglo. Entre sus actividades, catas de vino, alquiler de bicicletas y cursos de cocina de esta región protegida por la UNESCO.